El 75% de los chilenos declara que la democracia es siempre preferible a cualquier otra forma de gobierno. Una cifra que, a simple vista, parece alentadora. Pero basta con raspar lo superficie para encontrar una paradoja inquietante, solo el 26% está satisfecho con su funcionamiento. ¿Qué pasa entre la idea de la democracia y la vivencia de ella?

La encuesta Scanner Social de marzo 2025 pone en evidencia un malestar que ya no se explica solo por los escándalos políticos, la ineficiencia estatal o la polarización. El problema parece ser más profundo: emocional. Es como si estuviéramos frente a una relación en la que uno cree firmemente en el amor, pero ya no siente nada.

El desamor democrático se expresa en cifras que deberían alarmar. El 50% de los encuestados cree que el Congreso no representa sus intereses. El índice de adhesión a la democracia, un indicador que resume la valoración del sistema, apenas alcanza los 55 puntos sobre 100. Y lo más preocupante: un 16% cree que, en ciertas circunstancias, un gobierno autoritario podría ser preferible. Es decir, estamos ante una ciudadanía que sigue apostando por la democracia… pero sin entusiasmo, sin fe, sin ilusión.

Esta desconexión emocional es especialmente fuerte en los grupos más vulnerables y excluidos del país, los sectores D-E, los jóvenes entre 18 y 29 años, y los mayores de 60. También entre quienes no se identifican políticamente con ningún sector. A ellos, el sistema no les está hablando. Ni con programas ni con símbolos ni con futuro.

Y sin embargo, hay un dato que resiste al cinismo, un 79% de los encuestados dice que votaría en las próximas elecciones, incluso si no fueran obligatorias. Chile no está dormido. Está frustrado, sí, pero no rendido. Lo que hay no es apatía, es desencanto.

Frente a este panorama, la respuesta no puede ser solo técnica o procedimental. La democracia necesita volver a sentirse. Volver a contar historias que emocionen. Volver a hablar en primera persona, desde el territorio, desde la experiencia común. El lenguaje frío de la gestión debe abrir espacio al relato humano. No basta con administrar bien, hay que tocar fibras.

Y también urge reconstruir los vínculos. No solo elegir mejor, sino participar más. Sentirse parte. La política debe salir del Congreso y de las franjas electorales para volver a las plazas, a los sindicatos, a los centros culturales y a las ferias. Hay que recuperar el arte de la conversación política, la que se da cara a cara y no solo a través de un algoritmo.

Finalmente, hay que revisar el tono. La política chilena lleva años atrapada en una espiral de agresión y polarización que erosiona cualquier sentido de comunidad. Se requiere una forma distinta de ejercer el poder. Menos espectáculo, más empatía; menos cálculo, más escucha.

Chile no ha renunciado a la democracia. Pero sí le está exigiendo que evolucione. Que se parezca más a la vida de quienes la sostienen. Que inspire, que abrace, que movilice. Porque al final, la política también es una cuestión de afectos. Y la democracia, si no se siente, no se defiende.

Periodista. Presidente del PPD Providencia.

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