A menudo escuchamos confesiones de esta naturaleza: Los libros son muy largos, estoy muy cansado, llego a casa intento leer y me duermo. Me cuesta concentrarme para leer mejor, tengo otras preocupaciones más urgentes que sentarme para la lectura, no cuento con ese tiempo. La realidad es muy demandante como para perderla en ficciones, hay que generar recursos para vivir en el mundo real.
Todas estas aseveraciones son sinceras y válidas, también albergan un dejo de crítica hacia el libro y la lectura. Asociando esta actividad al tedio y la pérdida de tiempo. Al final del día pareciera que los libros son una amenaza, un dispositivo anacrónico de escasa utilidad para el tráfico intenso de este tiempo.
Nadie se atrevería a decir, menos en un día como hoy, que el libro es culpable de la precariedad de los hábitos lectores. Son muchos los tips y recomendaciones que podríamos dar para salvar estos prejuicios. Sin embargo me parece necesario recalcar que culpar a los libros de la falta de lectura es como disparar sobre el pianista.
Porque la dura realidad que viven las personas estos días, su delirio diario por aprovechar productivamente el tiempo del que se dispone, en fin, nuestro estilo de vida; es el motivo de la distancia de muchos respecto de la lectura.
Digámoslo claro. Si llegas devastado físicamente a casa todos los días, si las deudas que acumulas u otras preocupaciones te impiden dormir bien, si en tu agenda diaria te auto exiges, es evidente que no tendrás tiempo para leer ni un cuento.
Para leer más hay que estar mejor. Porque, ciertamente, el ejercicio de leer es un esfuerzo cognitivo, irreemplazable por lo demás, que requiere de disposición física, mental y de tiempo.
Así que la próxima vez que expliquemos nuestra falta de lectura pensemos primero en cuanto pensamos en darnos un tiempo nosotros mismos. Y, quizás entonces, volvamos a tomar ese libro para adentrarnos en nuestras propias tribulaciones … porque leer es también una forma de escucharnos.
Feliz día del Libro
