La política es un oficio que requiere confianza. Confianza entre quienes trabajan juntos, confianza en que las reglas del juego se respetarán y, sobre todo, confianza en que la deliberación interna es un espacio seguro para debatir ideas sin temor a ser expuesto. Pero ¿qué pasa cuando esa confianza se rompe? ¿Cómo afecta a la función pública y al propio sistema político? La reciente filtración de chats de la diputada Karol Cariola y la exalcaldesa Irací Hassler no solo expuso conversaciones privadas, sino que también dejó en evidencia una preocupante falta de profesionalismo en la función pública y una profunda crisis ética en el periodismo. Y, al final del día, quienes pierden son las instituciones y la democracia misma.

Los funcionarios públicos, desde ministros hasta asesores, necesitan espacios seguros para discutir estrategias, alertar sobre problemas y proponer soluciones. Pero si cada palabra dicha en confianza puede terminar expuesta al escrutinio público, se instala una cultura del miedo.

Hoy, cualquier persona que trabaje en la administración pública sabe que un chat privado puede convertirse en un arma política. ¿Cuál es el resultado? Funcionarios que prefieren no dejar nada por escrito, equipos de trabajo que evitan abordar temas sensibles y una burocracia que, en lugar de enfocarse en hacer bien su labor, se preocupa de blindarse ante posibles filtraciones. El daño no es solo personal para los involucrados, sino estructural para el funcionamiento del Estado.

Si la confianza interna desaparece, también lo hace la capacidad de tomar decisiones con seriedad y responsabilidad. En un escenario así, la política deja de ser la gestión de lo público para transformarse en un juego de supervivencia, donde la paranoia pesa más que la vocación de servicio.

La prensa cumple una función fundamental en cualquier democracia. Sin investigación periodística no habría fiscalización, y sin fiscalización, el abuso de poder encontraría vía libre. Pero fiscalizar no es lo mismo que exponer conversaciones privadas sin contexto ni relevancia real.

La filtración de chats se ha convertido en un fenómeno mediático que genera titulares, pero pocas veces aporta información valiosa. ¿Qué valor tiene conocer la forma en que se expresan los políticos en privado si no hay delitos de por medio? Lo que ocurre en este tipo de «exclusivas» es que se reemplaza la investigación rigurosa por la espectacularización de la política. Se deshumaniza a los involucrados y se refuerza la percepción de que la política es solo un circo donde el todo vale.

Más grave aún es que los medios rara vez cuestionan el origen de estas filtraciones. ¿Quién las entrega? ¿Con qué intención? ¿Se está utilizando a la prensa como un instrumento de guerra política? Sin un mínimo de ética y criterio, el periodismo deja de ser un contrapeso del poder y se convierte en una pieza más en la maquinaria de desconfianza y descrédito institucional.

Cuando los funcionarios trabajan con miedo y la prensa pierde rigor, las instituciones también se resienten. La ciudadanía ve con desconfianza a la clase política, percibe que el Estado está en permanente crisis y refuerza la idea de que «todos son iguales». Y en ese ambiente de sospecha y desgaste, la democracia también se debilita.

La solución no es dejar de fiscalizar ni blindar a los gobernantes de cualquier escrutinio, sino recuperar el profesionalismo y la ética en cada espacio. Que la función pública vuelva a ser un lugar donde se pueda trabajar sin miedo. Que el periodismo retome su rol fiscalizador sin caer en la farándula política. Que las instituciones, en lugar de ser escenarios de traiciones y filtraciones, vuelvan a ser espacios de estabilidad y confianza. Porque sin instituciones fuertes, lo que también se debilita es la democracia misma.

Periodista. Presidente del PPD Providencia.

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