DISCLAIMER: Este artículo no busca otra cosa que lean el libro, si derivado de eso les dan unas locas ganas de conocer la Blondie, eso ya es de ustedes. Igual si van, inviten, en volá me motivo.
En «Gente Común. Una historia oral de la Blondie» Rodrigo Fluxá reconstruye, haciendo uso de una técnica hábil de entrecruce de testimonios orales, la historia de Blondie, la mítica discoteque ubicada en Alameda 2879, comuna de Santiago. Invoca un coro diverso de voces para contar una historia que, al igual que el recinto que homenajea, solo puede ser una historia under. Una historia que se teje en las profundidades de una galería de Santiago, a través de los años.
En los testimonios que se recogen está el habla común y silvestre de chilenos y chilenas de a pie que tienen entre sus páginas el protagonismo que otras historias le han negado. Al correr de la historia las personas comunes y corrientes se entrecruzan, igual que en una noche exitosa del boliche santiaguino, con famosas, con nombres más reconocidos.
De hecho la historia central es la de los personajes improbables que le dan forma a lo que hoy conocemos como la discoteque-mito de Santiago. Sus aciertos y sus cagazos, que son varios a lo largo de los años. Una cosa interesante de esto es que hay hechos que, como en la vida misma, nunca terminan de quedar claros o quedan impresiones solo conociendo chismes encontrados.
Quizás el principal valor del trabajo de Fluxá y su equipo estriba en que la forma de narrar se parezca mucho al objeto descrito. A ratos pareciera que las personas se cuestionan como harían en una fila para el baño. Se interrumpen como si compartieran un cigarro en la reja exterior que da a la Alameda. Se corrigen, como si se hubieran equivocado al pedir el copete en la barra. Así mismo, a lo largo del texto, el lector se encuentra invitado a un carrete de 189 páginas que se leen rápido, en la medida que se le agarra el ritmo, que por cierto lo tiene.
A ratos pareciera que las propias anécdotas vinieran sazonadas con el olor a subterráneo que emana de sus paredes y pasillos. Y, pese a que los tiempos han cambiado, pareciera que todas las personas que han leído el texto logran reconocer la experiencia propia en este relato coral más grande.
En otro nivel de análisis, Fluxá habla de la transición y el destape que en la superficie no termina de llegar. Habla de la homofobia y del conservadurismo. Habla de cómo una discoteque logra representar la democracia en su dimensión más simbólica. ¿Acaso existe algo más democrático que Sergio Lagos pueda carretear con quien quizás hace solo horas le manejaba el taxi?. Creo que la pregunta más grande que queda dando vueltas luego de la lectura del texto es cómo trasuntar al país completo el pluralismo que se alcanza bajo los pies de ese oscuro recinto de metro Unión Latinoamericana.
¿Como puede ser que la diversidad del país solo pueda sentirse plenamente expresada en turno de noche y bajo tierra? ¿Cuánto nos falta para que lo que allá abajo se despliega tres veces por semana pueda ser la realidad a tiempo completo?
¿Para quién es este libro? Pienso que está hecho pensando fundamentalmente en las personas que ya han pasado por el bautismo ritual de bajar sus escaleras, bailar en sus pistas, la gente que se subió al cubo y la que se cayó, la que logró atracar/comerse/pelarse con alguien y quien fracasó.
De no conocer sus rincones quizás el libro parecerá lejano o ajeno, no logrará hacer resonar una canción new wave o sonreír recordando un affaire de una noche. Esta persona que en distintos momentos de sus 30 años de historia han habitado sus pistas, sacudido el cuerpo y dejado el sudor y el pudor en la disco. Para el resto de personas, puede funcionar como un gancho perfecto para asomar la cabeza y, vaya a saber uno, dejarse perder entre sus recovecos.