Comentar el partido del domingo con el diario del lunes en la mano es re fácil. De la misma manera, contar la historia a partir de los resultados globales puede ser una gran distorsión de como pasaron las cosas realmente.

Afirmar que quienes dudábamos de respaldar el regreso de los niños a las aulas, en el contexto de pandemia, fuimos inconscientes e irresponsables no solo es re fácil sino que, además, del todo inexacto; fue, precisamente, lo contrario.

Hay que hacer un poco de memoria. Todos estábamos recelosos de las verdades oficiales. Incluso creer en la existencia de la pandemia fue difícil de aceptar, sólo la evidencia de las informaciones internacionales y los miles de muertos diarios en otras latitudes nos convencieron sobre la existencia y avance de un virus desconocido y altamente letal.

¿De dónde nacía todo este escepticismo?

Recordemos que en marzo de 2020 lidiábamos con la existencia de un gobierno cuestionado, que sostenía su legitimidad sólo en la mecánica institucional.

El de Piñera era un Gobierno que fue equívoco a la hora de enfrentar el estallido social , que con su obcecación y desaciertos, estimuló la más de las veces, la violencia callejera. Que cargaba una mochila de varias condenas internacionales por la violación de DDHH y el descontrol de la fuerza pública, que convocó a los militares para hacerse cargo del orden público, que acusó la existencia de una guerra y la presencia de un complot internacional para explicar la caída de un modelo social y político que crujía hacia rato.

Ese mismo gobierno enfrentó la pandemia y, pese a ese cuestionamiento, dispuso de restricciones con cierta efectividad. Gracias a la disciplina  social generada por el desarrollo sanitario, hacía varias décadas atrás, de ese mismo Estado que el Gobierno despreciaba.

Hubo desaciertos brutales en un inicio, aunque  son pocos los que recuerdan aquello estos días. Mensajes contradictorios: Subsistían anuncios de alarmas con relatos que bajaban el perfil a la emergencia.

Sumada a la sensación de desazón y profunda pena por los muertos y los enfermos, el sopor y la agonía, el país debió enfrentar el deterioro de la imagen presidencial. En medio de esta tragedia nacional, el propio Presidente de la República, saltándose las restricciones posó para una foto provocadora en Plaza Italia (llamada por aquel entonces Plaza Dignidad), encendiendo la polémica y burlándose de las víctimas de la violación de DDHH en la revuelta.

La generación de una milagrosa vacuna aún era una especulación cuando la gestión del Gobierno de Piñera se cubrió de corrupción y mentira.

Los correos del MINSAL,  conocidos estos días, lo confirman. Ya entonces sospechábamos la adulteración y ocultamiento de las cifras reales de muertos producto de la pandemia. Con tal nivel de  manipulación y mentiras el Gobierno era parte del problema, no de la solución.

Después.  supimos de las residencias sanitarias, que se convirtieron en pingües negocios para los funcionarios, familiares y conocidos de la administración. Hablamos de las existentes, capítulo aparte son las “residencias sanitarias fantasmas” que nunca funcionaron pero fueron pagadas con la plata de todos los chilenos.

Sin duda que muchas de estas malas prácticas y desaciertos políticos fueron corregidos, posteriormente, con la llegada del Ministro Paris y el arribo del exitoso plan de vacunación, pero eso fue después. Antes de eso este era el ambiente en el que empezamos a discutir el regreso de los niños y niñas a la sala de clases.

¿A este era el Gobierno al que había que creer?

¿Qué garantía teníamos? ¿Qué certezas?

La reacción era lógica. Frente a la incertidumbre de contar con un Gobierno errático, mentiroso, insensible, violador de derechos humanos y con actos de corrupción en medio de una crisis sanitaria mundial, la sospecha y el recelo eran las mínimas actitudes que podíamos tener.

Nuestra negativa nace desde ahí, desde la desconfianza y el sentido de responsabilidad con la salud de miles de niños y sus familias. Es posible que el retraso haya sido exagerado, pero quizás aquello tenga mucho que ver con el convulsionado ambiente político en el que nos ha tocado deambular.

Nos salió caro, ciertamente, a todos y todas, pero ojo, compartimos este desastre educacional con muchos países del mundo. Y más que recriminar vale la pena detenerse a ver cómo enfrentamos esta situación, como un tema urgente y de Estado.

Hay que poner la pelota al piso y las cosas en su lugar, sin levantar recriminaciones para armar un punto político y sacar utilidad de una crisis profunda que requiere de un esfuerzo común que nazca muy lejos de la manipulación, la mentira o la corrupción a la que nos enfrentamos en aquellos días.

 

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