La democracia tiene un gran desafío, que es adaptarse para mantener el control de los seres humanos sobre el quehacer social y económico de nuestros pueblos frente a quienes luego de derrotar a la democracia, nos dirán que el verdadero problema somos nosotros mismos.

Los partidos políticos nacen como expresión de representación de grupos de interés en una sociedad donde la economía y la política comenzaba a dar paso al sistema capitalista. Las ideas sobre igualdad, estado de derecho, división de poderes, democracia representativa y elecciones libres iban fraguándose a lo largo y ancho del mundo occidental. Y de aquello han derivado formas de Estado y también sistemas políticos y electorales, éstos segundos todavía más variados según el tipo de país, su población, extensión territorial, diversidad cultural e historia. Durante décadas los partidos políticos han estado allí incólumes frente a todas las crisis y adversidades que la historia de los pueblos ha conocido.

Pero para ser precisos, no siempre han estado allí como he observado más arriba, las veces que han desaparecido o perdido expresión política son justamente donde la “tiranía regresa”.

Ya no somos sociedades monárquicas, y aunque existan monarquías constitucionales, su explicación en el siglo XXI no pasarían por el paradigma ya superado de que Dios ha elegido un Rey para que gobierne en su representación. No al menos en el mundo occidental, y gran parte del Oriente también.

La única expresión de gobiernos de una sola persona, por sobre el bien y el mal, que dicen representar a las mayorías y desprecian la organización política como los partidos, son aquellos que buscan la acumulación total y hegemónica del poder, construyendo así tiranías, dictaduras y excesos que destruyen los valores de una sociedad que progresa en base a sus diversidades y acuerda vivir en común en entornos de paz y prosperidad.

La sociedad actual se encuentra atravesando una crisis de la modernidad, ya relatada con detalle por el Zigmunt Bauman. La llamada sociedad líquida, aludiendo a la perdida de los sólidos de esa sociedad industrial y post industrial que daba sentido a la mayoría de las personas, que había construido un nuevo paradigma ya no basado en el poder delegado por Dios, sino en el poder delegado de hombres y mujeres que iguales se otorgaban para sí un gobierno. Allí existen las grandes ideologías, los meta relatos que explicaban el mundo y que van siendo licuados por un proceso de globalización económica, política, social y cultural que ha dejado a millones en el mundo a la deriva, sin sentido, sin paradigma que les explique qué son y por qué están aquí.

Un proceso de globalización que tiene a los países sorteando crisis económicas y sociales, que frente a una cuarta revolución industrial diversas capas de la población quedaron literalmente desactualizadas de los sistemas económicos y sistemas del trabajo. La automatización, robotización de las grandes compañías mundiales, con producto interior bruto más grande que muchos países, con influencias que no tienen contrapeso en los Estados nación que ven su poder limitado al avance tecnológico.

Los partidos políticos desacoplados de las nuevas realidades existentes quedaron igual, organizándose como en el siglo XX. Esto resistió en gran parte porque existía, y ahora hablo de Chile, un marco legal que les permitió mantener este estatus quo inalterable en apariencia, pero que cambio con el fin al binominal, y hoy tiene otro salto evolutivo con el regreso del voto obligatorio. Básicamente, han quedado desnudas las contradicciones de un modelo político y electoral desordenado que no está respondiendo a la capacidad de mujeres y hombres de darse a sí mismos gobiernos que puedan gobernar.

Que los partidos políticos aún no logren comprender en plenitud los desafíos de este siglo XXI y de la organización social donde ha nacido un nuevo paradigma sobre tiempo y espacio. Donde comprar y vender ya no responde a un lugar, a una cultura en particular, sino más bien a un mercado global. Ya no bastan las reivindicaciones sobre lo territorial, esas ideas casi bucólicas de relevar el pasado, de creer en un sistema económico que equilibra lo local con lo global como una suerte de ideología de resistencia.

En principio estas ideas estaban del lado de los progresistas, que levantaron las ideas del desarrollo local, la ruralidad, la economía territorial. Todo se leía bien, hasta que llegó la pandemia y aceleró el proceso de globalización de forma exponencial. Quienes mejor se adaptaron, fueron aquellos que ya comenzaban incipientemente a organizar su vida económica y social con las nuevas reglas de la virtualidad. Y esto en Chile, porque en otros lugares del planeta ya era una realidad. Las y los nuevos trabajadores virtuales avanzan a pie firme, y su estructura de valores es también global. Sin embargo, los rezagados, quienes perdieron definitivamente el empleo, que no logran adaptarse a los nuevos sistemas y se empobrecen rápidamente buscan culpables.

Es más sencillo buscar culpables que comprender qué está ocurriendo realmente. Los culpables son quienes gobiernan, no importa si son de derecha o izquierda, pero quienes gobiernan parecen tenerlo todo, pese a los cambios ellos siguen gozando de prosperidad económica mientras que ellos quedaron sin trabajo, sin sindicado, sin organización social de base, sin sentido. Allí emerge el populismo, y un discurso que conecta con aquellos que quedaron fuera del tren de la historia. Su discurso es volver a lo que se tenía antes, como si ese antes hubiese sido mejor para los más pobres, para esas nuevas clases medias.

Parece simple: “antes tenía trabajo, antes tenía un futuro, hoy no lo tengo, me lo han quitado”. El populismo les propone volver al siglo XX, con su era industrial fordista. Un engaño sencillo, pero muy efectivo.Es más sencillo buscar culpables que comprender qué está ocurriendo realmente. Los culpables son quienes gobiernan, no importa si son de derecha o izquierda, pero quienes gobiernan parecen tenerlo todo, pese a los cambios ellos siguen gozando de prosperidad económica mientras que ellos quedaron sin trabajo, sin sindicado, sin organización social de base, sin sentido.

Los partidos quedan atrapados, y los sistemas electorales desacoplados. Surgen los “independientes” una moda anti partidos, antidemocracia, pero disfrazada de ella. Una suerte de nuevo sistema monárquico, pero que ya no consigue el poder entregado por Dios, sino por una idea de que las personas delegan este poder ahora a una sola persona que no se encuentra obligada por consideraciones ideológicas o de organización. La ley lo permite, y es un problema.

Algunos ven está solución como una mera táctica electoral que aprovecha los huecos del sistema para colar un triunfo, pero que sistémicamente socavan la idea de una democracia de personas libres e iguales. Porque simplemente, no existe antecedente en la historia que yo conozca donde la acumulación desmedida del poder en una sola persona o en un grupo de esta sea buena. El abuso surge con facilidad

Parece simple: “antes tenía trabajo, antes tenía un futuro, hoy no lo tengo, me lo han quitado”. El populismo les propone volver al siglo XX, con su era industrial fordista. Un engaño sencillo, pero muy efectivo

Otros buscan con claridad estratégica destruir el sistema democrático, porque simplemente incomoda los objetivos de particulares que sueñan con esa incontrolable sed de poder.

Nuestro sistema democrático, de partidos y electoral deben volver alinearse bajo las condiciones de los nuevos paradigmas sociales y económicos. Ello requiere un ejercicio de reflexión no solamente de los fines loables a alcanzar, sino de cómo construir una arquitectura democrática moderna, eficiente y que evite el fraccionamiento desmedido que sólo produce ingobernabilidad y caos. Mientras más desintegrado el sistema, más argumentos tendrá el populismo independiente de construir discursos basados en que una persona podrá resolver rápidamente sus problemas personales: le dará trabajo, salud y vivienda, pero no puede hacerlo porque los “políticos y sus partidos” se los impiden, porque las excesivas leyes le amarran su deseo de “hacer el bien”.

No culpo a quienes hoy toman el camino de los independientes por táctica electoral, básicamente porque supone la ignorancia de la complejidad de su acción. Sin embargo, debemos poner atención y acción sobre quienes estratégicamente miran como la idea de un sistema social y económico sin democracia les sería más útil. La democracia tiene un gran desafío, que es adaptarse para mantener el control de los seres humanos sobre el quehacer social y económico de nuestros pueblos frente a quienes luego de derrotar a la democracia, nos dirán que el verdadero problema somos nosotros mismos, y que podría ser plausible ser gobernados por algoritmos y decisiones basadas en la inteligencia artificial, creando así un nuevo paradigma, un nuevo Dios de ceros y unos.

Sociólogo, Máster en Medio Ambiente: Dimensiones Humanas y Socioeconómicas.Fundación Imagina Tarapacá

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