Estamos en medio de un ‘momento constitucional’.

En la historia republicana y democrática de Chile los cambios políticos y constitucionales profundos han sido intrincados y de mediano plazo,  nunca fueron expeditos y tampoco estuvieron exentos de avances y retrocesos.

Así fue entre 1822 y 1830 o entre 1925 y 1932. Dos procesos con situaciones complejas y llenas de incertidumbre. El actual momento coincide con tales períodos de cambio constitucional. Es un «pulso histórico reiterado».

La mirada conservadora ha identificado esos procesos con el nombre de primera y segunda anarquía. Las tendencias históricas progresistas aprecian el aprendizaje que se produjo en aquellos períodos y ponen énfasis en cómo, en 8 o 7 años, se instalaron ciertos acuerdos que, a la larga, consiguieron arribar a las «certidumbres» que permiten recuperar la gobernabilidad.

Invito a tener esta última posición,  a mirar la derrota de ayer como un hito más del complejo período que atravesamos.

Todo ello, sin embargo, con el resguardo de los avances que son parte de nuestras convicciones políticas, es decir,  la existencia de garantías en materia de derechos sociales, la nueva relación con la naturaleza abordando la emergencia climática, la existencia de paridad e inclusión, en términos dignos, de los Pueblos Originarios; una mayor autonomía para las regiones y tantas otras que estaban incluidas en el texto rechazado ayer.

Un aprendizaje importante debiera ser: importan las formas. Los y las convencionales son en gran parte responsables de esta derrota. Pero eso ya es pasado. Lo nuestro es recoger los aprendizajes,  valorarlos y ponerlos en positivo. Porque para construir certezas lo primero es poner las cosas en su punto e indicar que no partimos desde cero.

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