Hace ya unos ocho años Arthur Larrue debió abandonar la Rusia de Putín, debido a la persecución de la que fue objeto, por publicar una novela acerca de la disidencia artística contemporánea. Quizás este hecho y la cercanía con la cultura rusa, que pudo obtener en los cuatro años que ejerció como profesor de literatura francesa en la Universidad de San Petersburgo; sirvieron como fuente de inspiración para escribir “La Diagonal Alekhine” su última y exitosa novela.

Porque Alexánder Alekhine, el protagonista de este libro es, antes que nada, un exiliado, un extraño para los territorios físicos y las pautas mínimas de convivencia social.

En su novela Larrue rescata la vida de esta figura, relevante del ajedrez mundial, en la primera mitad del siglo XX. Un periodo en donde los maestros ajedrecistas eran genios que se hacían a si mismos, convirtiéndose, a la vez, en fruto de la lucidez y la locura. Seres extraordinarios que popularizaron el ajedrez, a punta de exhibiciones y simultáneas, libros y revistas, giras interminables y la firmeza de tomar posiciones políticas, que los conectaban a los tiempos convulsos en que les tocó vivir.

Alekhine es ruso, formado en esa Rusia zarista e imperial, ajedrecista de los grandes salones y favorito de la  elite tradicional. Aunque su familia conoció la ruina tras la revolución bolchevique, mantuvo un romance efímero y temprano con el nuevo régimen comunista, pero al poco andar abandonó su país adoptando, finalmente, la nacionalidad francesa.

Alter ego del cubano José Capablanca, de quien arrancó la corona de campeón mundial de ajedrez y a quien negó, para siempre, la chance de recuperar el título por medio de una revancha; mientras Capablanca era todo amabilidad y destreza social, Alekhine cosechaba enemigos a punta de desaires, malos hábitos y violencia verbal.

Larrue aborda, además de la intrincada personalidad de Alekhine, un hecho de su vida que lo marca para siempre y lo obliga a transitar entre la culpa y el arrepentimiento. Esto el apoyo que el ajedrecista habría dado a la causa nazi, por medio de un documento que reivindica la supremacía aria, incluso en las habilidades para jugar ajedrez.

Tal situación lo persiguió hasta sus últimos días, sus enemigos, entonces, ya no sólo son los de carne y hueso, sino también toman forma en alucinaciones y fantasmas, espectros alimentados por el alcohol y una incipiente locura.

Esta es la historia de una mente brillante y agotada, sobre explotada y abusada, el hombre sin patria, desafiante ante los códigos y usos sociales, vaga abandonado frente a la muerte y  la historia que lo sumerge en el olvido. Hasta que la pluma de Arthur Larrue lo insufla y nos lo muestra de la manera más parecida a como debió ser.

“Contra los veintidós, sin tablero, sin ninguna forma sólida, sin ningún objeto tangible o delimitado. Ni madera ni formas geométricas definidas. Ya no existían ni siquiera los crispados rostros de los oficiales ni sus curiosos cortes de pelo. Para visualizar las veintidós partidas, Alekhine imaginaba unas luces eléctricas arrojadas a un océano negro. Todo era movedizo. Todo era agua y niebla. Las piezas de los tableros se habían transformado en unas lucecitas cuya intensidad y cercanía cambiaban según su valor ofensivo. Ese caballo en H5, por ejemplo … Como estaba en un lado y no participaba en el combate, le parecía apagado. En cambio aquella reina colocada en d3 resplandecía como un faro, porque formaba parte de una combinación fatal. Cuando movía una pieza, le quemaba el vientre”  

Arthur Larrue
La Diagonal Alekhine
Alfaguara
Penguin Random House. 2022

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