En 2016 Garth Greenwell fue un infaltable en las vitrinas de las librerías a nivel mundial. Ese año publicó Lo que te pertenece, ganadora del British Book Award, su primera y exitosa novela, traducida a 12 idiomas.

Ahora, con Pureza, continúa con el tono intimista, poético y provocador de su primera entrega.  Greenwell es una de las voces más llamativas de la narrativa gay del último tiempo y quizás para nosotros, por lo menos para mí,  es muy fácil empatizar con el escenario y contexto histórico de sus historias.

Tanto en su primera como segunda novela el relato de Greenwell identifica a un profesor americano, que carga una mochila emotiva y familiar de la que parece huir, que se inserta en una sociedad búlgara sumida en el cambio y la protesta social. A la par el contacto con los adolescentes y jóvenes, que exploran la vida, sus cuerpos y deseos, ignorando el protagonismo que tienen en las transformaciones culturales de las que son parte; brinda a este docente la oportunidad de insuflar una existencia gris y llena de preguntas sin responder, con el aliento propio de esa energía desatada por el derrumbe de las viejas estructuras.

Pero, además, Greenwell es tributario de su pasado poético y el relato tiene ese ritmo y cadencia que engaña y encanta. Hasta la bobería más evidente se vuelve una verónica en su pluma. El suyo es un relato sin nombres, lo que hace de sus historias algo tan atávico como universal, como si lo suyo sea recoger del aire pulsaciones, imágenes y emociones, sin las limitantes a la que obliga la identidad.

Cuando era pequeño, empezó a decir R., hablando más despacio de lo que lo había oido hablar nunca, y casi con una voz distinta, queda y vuelta adentro, una voz que aunque se dirigía a mí no agradecía mi compañía … 

Pero no se dejen llevar al engaño en sus novelas lo que menos hay es ingenuidad. Hay manipulación y utilización sexual, abuso y maltrato, violencia y fetichismo, el punto es que Greenwell consigue contar historias de amor esquivando la crudeza de la vida sin ocultarla, construyendo humanidad allí donde simplemente hay un pálpito primitivo e irracional.

Perra, dijo en voz baja varias veces, en voz baja pero cruel, «mrusna kuchka», sucia perra vete de aquí. Era un indulto, permiso para retirarme, y yo me quité de un tirón la cadena del cuello y me levanté , de aquella manera, encorvado como estaba en torno al dolor. No sentí nada de lo que creía que sentiría estando de pie, no me reapropié de nada, nada me fue devuelto. Me vestí lo más rápido que pude, aunque daba la sensación de que me movía con lentitud, como en medio de una bruma o un sueño, me metí los calcetines y el cinturón en los bolsillos, dejé la camisa sin abrochar. Miré al hombre mirándome a mi, sentado ahora con la espalda a la pared. Dí media vuelta al fin, fui hacia la puerta y sentí algo parecido al pánico cuando el pomo se negó a girar

 

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