Hace unos meses hablaba con el escritor argentino Enzo Maqueira sobre su oficio original, el periodismo; digo original porque la verdad es que él hoy se reconoce como escritor a tiempo completo; y, bueno, hablábamos de ello a partir de la facilidad, e impunidad, con la que circulan las fake news. Enzo me decía que las mentiras en los medios de información siempre habían existido, la diferencia es que hoy lo podías descubrir muy fácilmente, lo realmente sorprendente es que, pese a todo, se persistía en publicar mentiras con total desparpajo.

El fastidio y la frustración que ocasiona la impunidad con la que se levantan noticias falsas nos lleva a la acostumbrada reacción de cualquiera ante la comisión de tamaños crímenes a la fe pública: regular. legislar y encarcelar a los culpables. Pero hacer algo así no es del todo fácil ni simple.

Detengámonos en lo siguiente: Qué son la fake news y para qué son usadas?

Primero, esto no se trata de una persona cualquiera que usa una de sus cuentas en Twitter, Instagram o Facebook para decir adrede una información falsa. No, es mucho más elaborado que eso. Se necesita la concertación de varios (particulares, empresas y hasta medios) que concurran a la viralización de una información falsa.

En el ámbito comercial la mentira es un medio para generar tráfico y flujo lo que, al final de la jornada, aumentará los seguidores de las plataformas contratantes. Los seguidores es el verdadero capital en el mundo digital.

En la política importa no tanto el aumento de seguidores como la propagación del mensaje falso. Y es que ha quedado claro que, ante la débil credibilidad de los medios de comunicación, la confianza en las redes sociales crece ostensiblemente. No al punto de reemplazarlas pero sí de, a lo menos, equiparar su función de informar.

Nuestras campañas electorales no han estado ajenas a esta maniobra de manipulación de la información donde el «todo vale» parece ser la consigna primordial.

Es un secreto a voces que desde hace ya unos ańos empresas, algunas extranjeras, ofrecen servicios digitales a nuestros y nuestras candidatas locales. Todas son ofertas «milagrosas» que garantizan el crecimiento de seguidores y la circulación efectiva de los mensajes. Todas y cada una ofrecen sus propios mecanismos de medición del impacto y rendimiento, todas y cada una cuentan con ejecutivos que hablan en una jerga indescifrable que, por lo menos a mí, recuerda la explicaciones de los mecánicos que explicaban todo con la falla del «chicler de baja».

Tal jerigonza de conceptos no esconde sino la mentira. Así es, la base de todas estas propuestas de mejorar milagrosamente tu impacto digital, pasan por la manipulación y las zonas grises de la fe pública.

Si, es claro, esto no puede seguir así. Pero el problema no está en regular, sino que en comprender qué regular.  Acá es cuando los profesionales y técnicos del estado, o de organizaciones no gubernamentales con sentido de lo público, debieran concurrir a generar luces en esta área oscura.

Otra parte de al tarea es que los medios y los periodistas recuperen su rol preponderante de informadores. La mentira en la información, como nos decía Enzo Maqueira, es un riesgo desde siempre, pero el terreno es aún más fértil a ella cuando quienes debieran cumplir esa función social no cuentan con la ética, voluntad e independencia para realizar su tarea.

 

 

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