Quiero que hablemos de política y miedo, más bien de campañas políticas y miedo.
También quiero que el lector haga un esfuerzo superior y trate de ponerse en los zapatos de los otros, traspasando la barrera de los anhelos individuales e intente pensar la política en clave colectiva.
Regularmente se hace alusión a las fuerzas conservadoras y refractarias, a la hora de analizar el uso del miedo cómo una efectiva herramienta en tiempos de campaña. Y es que desde siempre la derecha ha movilizado, a todos los sectores sociales, en torno a la amenaza que las políticas reformistas implican para sus propiedades, estilos de vida y, más recientemente, su seguridad personal o familiar.
El éxito que tal estrategia ha traído para ese sector es evidente. Porque conecta con sensaciones simples y elementales, que forman parte de la vida cotidiana de las personas. El relato del miedo es más efectivo, convocante y movilizador, en tiempos de incertidumbre.
Ya lo constatamos con el triunfo de Piñera en 2017, no por nada a la hora de la celebración el grito más usado fue «Chile se salvó». ¿De qué? De ser Venezuela, del desorden, del estancamiento económico, en fin.
El tiempo demostró que este gobierno entregará al país en peores condiciones políticas, económicas y sociales de lo que lo recibió. Pero ya es inútil darse cuenta de ello, el punto es que movilizar en función de la amenaza y el miedo es muy efectivo.
Dicho esto. Quienes sienten miedo lo hacen porque constatan, en hechos concretos y evidentes, situaciones reales ( o que parecen reales) que amenazan su espacio vital. En la gran mayoría de los casos el temor a la inestabilidad no es delirio sino una sensación vívida y palpable.
Pongan atención en esto. Para que la estrategia del miedo gane efectividad es imprescindible el rol de aquellos que aportan evidencia para acrecentar la incertidumbre. Es decir, que para sentir miedo se requiere la existencia de un relato que provoque temor, inestabilidad y amenaza.
Cuando, desde nuestra vereda, se ensalza la inestabilidad, o se soslaya la incertidumbre poniéndola como un efecto secundario menor, se entregan poderosos argumentos para generar miedo.
Usar las reformas, por muy justas y urgentes que sean, en tono de amenaza o revanchismo, genera más resistencia y movilización en contra de ellas.
Siendo el 80% partidarios de las reformas parecía que la incertidumbre era, efectivamente, un efecto menor y secundario. Pero las elecciones de este 21 de noviembre demuestran que no somos más el 80%, sino muchísimo menos que eso.
¿Qué pasó para qué, en menos de un año, el rechazo a los cambios ganara tanto adepto? Varias cosas, aunque para mí, lo principal es la ausencia de liderazgos políticos que encauzaran de manera efectiva el proceso constituyente. Lejos de traer más certidumbre y optimismo la Convención Constitucional tuvo trastabilleos que contribuyeron en un sentido contrario.
Otra cuestión es el vaciamiento del centro político, es decir, la ausencia de voces destinadas, por su naturaleza, a generar acuerdos y mediar conflictos.
Como sea, el escenario post 21 de noviembre tiene como principal eje ordenador a la incertidumbre y cualquiera que quiera incidir en política debe tener una respuesta en torno a ella.
Para segunda vuelta no basta con que los convencidos nos unamos a votar tras la figura de Gabriel Boric. No sólo por es lo esperable sino porque es del todo ineficaz e insuficiente.
Hay que hacer política pensado en quienes nos temen. Reflexionando en ¿por qué tienen esa sensación? ¿qué términos o juicios que usamos generan miedo? Ensimismados en nosotros mismos no avanzaremos mucho … como respuesta al miedo hay que generar confianzas; para evitar que una tarde de diciembre, con frustración y pena, escuchemos nuevamente gritos de: Chile se salvó ..