La última entrega de Pablo Simonetti, su novela Los Hombres que no fui, parece ser el cierre de un ciclo. El término de una introspección poderosa e intensa.
Sin duda el arte de contar historias siempre contiene, además del despliegue de arte que involucra, una entrega personal, nadie cuenta historia que les son del todo ajenas.
Por eso creo que leer Los hombres que no fui es continuar con la novela anterior de Simonetti: Desastres Naturales. Ahí está la familia, el núcleo cercano, los primeros afectos y desafectos, el encanto y la desilusión marcada por la ingenuidad de la niñez y la adolescencia.
En su última novela el autor nos entrega un personaje principal, que podría ser el mismo de la entrega anterior, pero en su estado de adultez; que mira hacia atrás y recorre su pasado para encontrar en cada amor o amistad de antes trazos de si mismo; vivencias que marcaron momentos a fuego, pero que ya no forman parte de su realidad actual.
La personalidad es voluble, nuestra identidad cambia con los tiempos, crece a punta de fracasos y florece con colores más vivos en cada redención. Pareciera simple pero no lo es, porque mientras pasamos por tránsitos complejos todo parece brutal hasta que, en algún momento de nuestra adultez, nos sentimos de verdad así: adultos. Y, entonces, nos damos cuenta que el camino tuvo sinuosidades y alternativas desechadas, para al final entender: lo que somos es también, en parte, lo que dejamos de ser.
Los Hombres que no fui es, además, un fresco de época que da cuenta de la historia de un país que cambia, desde los ’80 hasta el estallido social. Simonetti hace este ejercicio temporal con claridad porque cada eslabón de su historia personal tiene un correlato con hitos históricos.
A lo largo de los años nos hemos afirmado mutuamente ante el desprecio que sienten las elites literarias por lo femenino y popular , para que decir de una forma gay de ver el mundo. Es fácil tildarnos de cursis, de melodramáticos, calificativos con ese resabio machista que no comprende una estética que no nazca de una forma de ver el mundo ni de su sentido del poder. Es el castigo de siglos, las mujeres descartadas por inestables y sentimentales, los gays por esnobs, amargados y relamidos»
La novela es una conversación cargada de intimidad, que hace al lector cómplice, arrastrándolo a un espacio donde no hay lugar para el prejuicio y tampoco para la condena. Simonetti, nuevamente, nos envuelve en el vértigo arrullador de su relato.
No puedo dejar de decir que unan esta lectura a Desastres Naturales, porque hace más intensa la experiencia de adentrase en esta radiografía del Chile de los últimos 50 años. Los Hombres que no fui es una una novela para fans, ciertamente, pero también muy recomendable para quienes todavía no conocen a Pablo Simonetti, si aún queda alguien por ahí.