En una elección presidencial todos los sectores políticos tienen mucho que perder o ganar. Porque las decisiones que adopten sus integrantes los pondrá bajo el escrutinio público y expondrá, en el presente y para la historia, la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Pero en esta elección presidencial no hay otro sector político sometido a mayor presión que la derecha. En particular aquellos sectores que, convengamos con poco éxito, han tratado de construir una propuesta política con tintes más liberales, progresistas y modernos.
Ello porque el liderazgo discursivo de Kast es, sin duda, el predominante y la otra candidatura (presa de sus propias ineptitudes y contradicciones) ha quedado relegada a la anécdota.
Cabe preguntarse, entonces, si los cientos de bien intencionados integrantes de la derecha, que por décadas han levantado frustrados proyectos políticos más centristas, actuaran conforme a sus convicciones o terminarán siguiendo la marea, dejándose arrastrar por la propuesta neo-conservadora de Kast.
¿Podrán este grupo de derechistas, más acorde a los tiempos y a lo que se entiende ser derecha en el resto del mundo, levantar una voz que los deje ante la historia como personas coherentes con su pensamiento? ¿Podrán evadir la tentación de la promesa del triunfo para continuar, ahora más en serio, en su tarea de ponerle a la derecha un sello imborrable de opción democrática?
Veremos. Hasta ahora en redes sociales algunos valientes,como Pablo Matamoros, han manifestado que para él será imposible apoyar a Kast, en primera o segunda vuelta. ¿Estará sólo? O es que «una golondrina no hace verano»?