Hay un Obituario que a diez años de ser abierto en la Isla Juan Fernández, sigue sin quitarnos la mirada. Está en un matutino largo y delgado, que hace imposible dar vuelta la página, es el matutino del mapa de Chile
Como un rito diario, recorro las últimas páginas del periódico, donde habitan esas planas de muerte tituladas Obituario. Es como el capitulo mas oscuro de todos los matutinos del mundo y está allí para recordarnos que al termino del día, todos inevitablemente seremos sorprendidos en nuestra propia trampa, esa de creernos inmortales.
Se registran allí, nombres de mujeres y hombres que nos han dejado en estas ultimas horas. Muchos de ellos no son de tu cariño y pudiendo haber sido grandes seres humanos, no logran conmoverte un ápice…entonces, sin fijar la mirada en esos apellidos, pasas directamente a resolver el crucigrama o leer el horóscopo. (la muerte pasó por tus ojos, pero ni la sentiste).
Hay un Obituario que a diez años de ser abierto en la Isla Juan Fernández, sigue sin quitarnos la mirada. Está en un matutino largo y delgado, que hace imposible dar vuelta la página, es el matutino del mapa de Chile . Allí aparece nítido el nombre y figura de un «animal nocturno» , que desaparecido en las aguas de un archipiélago, sacudió al país y a cada familia chilena, como si fuese nuestro hermano, hijo o un entrañable amigo del alma.
¿Donde habitaba Felipe Camiroaga? ¿Donde alojaba su risa cada mañana cuando repetía incansablemente «Buenos días a todos»?. Su partida demasiado brusca y rápida, nos hizo ver que nuestra propia casa era donde siempre había vivido. Allí compartió el comedor, la biblioteca, el dormitorio y el living lujoso o pobre de los chilenos. En su casa, que es la nuestra, nos mostró que podíamos descubrir un mejor país, si dejábamos la gravedad y la rencilla idiota, comenzando el acto terapéutico de reírnos de nosotros mismos, porque «pase lo que pase» si hay algo que nos hace profundamente chilenos, es la desatada risa que nos nace hasta en los mas duros y trágicos momentos.
Felipe nos mostró que uno debe mirarse siempre en la vida de los invisibles, los mas pobres, los mas vulnerables, tarea que los famosos siempre desechan, optando por ver a los menesterosos solo cuando una cámara de televisión ronda cerca de sus modelados cuerpos.De allí que le enrostraban una supuesta soledad y una falsa vida de ermitaño, cuando en verdad, Felipe siempre estuvo acompañado en cada segundo de su vida por todos nosotros.
Felipe era como el hijo que todas las madres de Chile quisieran, por eso, en una especie de adopción televisiva, cada familia lo sentó en la mesa del almuerzo y le pusieron de apellido,Soto, Gonzalez o Quiroga . Cuando salió el extra en la TV, mi madre tuvo un grito desgarrador y temporales de lagrimas le corrieron por su agrietado rostro. Era su Felipito quien iba en ese innombrable avión 212. No solo en ella habitó la amargura, también en mis pequeñas hijas, las que a coro preguntaron ¿Quien cuidara ahora los animales de Felipe?.
Felipe, se arriesgó y no titubeó en dar su apoyo a los estudiantes, diciendo » La educación no debe ser un negocio». Manifestó su oposición a proyectos termoeléctricos y pidió con fuerza decisiva, la detención del proyecto contaminante en Punta de Choros. A diferencia de muchos que esconden su opción política por un miserable puesto, Felipe se atrevió a comunicar sus ideas y decir a todos los chilenos, por quien votaría en las elecciones presidenciales del 2010.
Sin Halcón, los matinales tratan de tomar el vuelo pero les es cada más más complejo. Nadie ha podido encontrar la magia criolla que tenía Felipe de hacernos reír cada mañana.Desde hace diez años, el obituario con el nombre de Felipe Camiroaga sigue abierto. Es que se fue cuando mas necesitábamos su presencia, como si Chile fuese un Pais donde los malos mueren de viejos y los buenos se van sin permiso.