En la opresiva atmósfera del Amsterdam del siglo XVII se desenvuelve The Miniaturist, la mini serie (tres capítulos) que podemos disfrutar en Acorn.tv, protagonizada por la espléndida y talentosa Anya Taylor-Joy a la cual conocimos (reconozcamos que antes no teníamos idea de quién era) por Gambito de Dama en Netflix. Si Anya es un gran motivo para ver una serie, The Miniaturist es una joya escondida que hay que saber disfrutar.
Basada en la novela de Jessie Burton, la historia se desarrolla en una atmósfera lúgubre, aunque elegante, muy bien lograda en un juego de luces y sombras, al que ayudan los candelabros nocturnos, la cuidadosa ambientación y el exquisito diseño de arte. Pero ello también se desprende de las almas atormentadas de los personajes centrales y ciertos secundarios, en un encomiable trabajo actoral.
El gatillante de la historia son pequeñas miniaturas de la casa que Nella habita, con todos sus miembros (perro incluido), de una similitud perturbadora. Pero lo más extraño de las miniaturas es que van anticipando, al modo de una profecía autocumplida, los hechos –y desgracias- venideros, en una brillante alegoría al determinismo calvinista
La Amsterdam de la Liga Hanseatica, llena de mercaderes y comerciantes, lujosa, abierta al mundo, de mansiones y palacios fruto de la prosperidad contrasta con el ambiente opresivo y oscuro del protestantismo calvinista y la facilidad con que se decreta como pecado cualquier actividad humana que no sea aprobada por los ministros que administran la fe y la vida de sus feligreses.
Es a ese espacio al cual llega Nella (el personaje principal), “cedida” en matrimonio a un rico mercader que, si bien la consiente y la cuida, la usa más bien como fachada para encubrir una doble vida que lo atormenta y puede ser muy peligrosa. Es así como Nella (Anya Taylor-Joy) se va a adentrando en un mundo lleno de secretos, dobles vidas, misterios y sobre todo, sufrimientos y opresión, ya que ninguno de los personajes tiene real control de sus vidas.
El gatillante de la historia son pequeñas miniaturas de la casa que Nella habita, con todos sus miembros (perro incluido), de una similitud perturbadora. Pero lo más extraño de las miniaturas es que van anticipando, al modo de una profecía autocumplida, los hechos –y desgracias- venideros, en una brillante alegoría al determinismo calvinista. Así como las “matriuskas” tienen una muñeca dentro de otra, en este caso la “miniatura”, a medida que se va completando va adelantando una tragedia que nada parece detener.
La “miniatura”, una especie de casa de muñecas muy elegante y sofisticada, va llenándose de los personajes de la historia hecha por artesanos misteriosos que parecen tener dones más allá de la simple talla y pintura. Cofres, llaves, miniaturas, tallados, pinturas, todo va construyendo una especie de universo paralelo que es un espejo adelantado de la historia de la familia y la sociedad donde está inserta Nella y los otros miembros de la familia.
Todo lo anterior en una estética y fotografía llena de luces y sombras, claroscuros, vestidos de época y una realización que recrea los cuadros de Vermeer, Van Eicke y Rembrandt de una manera exquisita. Un verdadero placer para los sentidos y, especialmente, para los conocedores de la pintura flamenca.
Una miniserie perfecta para ver y quedar con la certeza que todo es pecado y que estamos, indefectiblemente, condenados al infierno