Allí sepultados hemos quedado quienes durante años habíamos construido nuestro camino con unas reglas del juego diferente. Las reglas han cambiado, los símbolos son otros y por mucho que expliquemos que no somos los mismos que ellos, la mayoría no logra ver más allá de la categoría en la que nos han encerrado
Así es la sociedad chilena un sistema que produce y reproduce estructuras de privilegio, que marcan la vida y la trayectoria de la mayoría de las personas. Son amplios los estudios que han probado, con datos, que el futuro de las personas depende mayoritariamente del lugar de dónde se nace, el colegio dónde se estudia y de con quienes se emparentan, o lisa y llanamente, se casan.
La desigualdad no es sólo social y económica, también es simbólica. Los ascensores sociales son escasos y no siempre logran llevar al último piso de la pirámide. Hay al menos tres: la educación, el dinero y la política. En éstas tres cuestiones se puede lograr ascender socialmente en nuestro país (y el mundo tal vez). Por supuesto entre medio de todo está la fama, pero la ella la abordaremos en en otra oportunidad. Nos quedaremos con estos tres primeros, a través de ellos podemos comprender ,de manera sencilla, algunos aspectos que se relacionan con las materias que están en juego en la competencia presidencial de 2021.
Si bien las personas tienen grandes quejas sobre su situación económica, que las familias no logran llegar a fines de mes porque están endeudadas, el mayor dolor de las chilenas y chilenos es esa sensación constante de sentirse fuera de la esfera de privilegios que tienen algunas y algunos. La disputa entre el pueblo (los no privilegiados) y la élite (los privilegiados) tiene múltiples expresiones en la vida cotidiana. Por ejemplo, puedes haberte endeudado en la Universidad, para luego tener un “cartón”, pero eso no garantiza encontrar el trabajo que quieres, o ganar lo que esperabas y miras a otra u otro que llega recomendado por el tío, el papá o el abuelo para conseguir un mejor trabajo, mejor pagado y con la mitad de esfuerzo. La frustración crece a cada instante.
El “pituto” que ya cantaba en los noventa sexual democracia es una innovación del chileno o chilena promedio para alcanzar lo que el camino trazado por el poder no entrega. Nos hace recordar al viejo Robert Merton hablando de anomia. Y así como la educación, la política y el dinero son ascensores sociales del mundo capitalista, entonces quienes logran moverse en esos espacios son las caras responsables de quienes pese a intentarlo no lo logran.
Las elecciones presidenciales contienen toda esta disputa de poder entre quienes tienen y han tenido y quienes desean tener.
La transición hizo que la política ya no fuera solamente un espacio para unos pocos privilegiados. Comenzaron a entrar a ella grupos de personas que no provienen ni de una familia con apellido, ni de una universidad como la Chile o la Católica. Dichas personas, dentro de las que me encuentro para que quede claro, fuimos encontrando un espacio en la política y los partidos, jugando con las reglas del momento y avanzando lentamente y con muchos retrocesos en el camino. Con binominal, con partidos centralistas y con élites infranqueables, lograr ser “algo” era muy difícil. Muchas y muchos quedaron en el camino esperando el famoso e incumplido relevo generacional.
Los años pasaron y unos pocos y pocas lograron atravesar las barreras y ocupar un lugar en la mesa del sistema político. Aunque pese a estar en la mesa, no eran iguales, y la mayoría sigue perteneciendo a pequeños grupos que comparten el colegio, la universidad, la familia y la historia.
Como paréntesis esto no sólo se da en la política, hay muchos más lugares donde se expresa exactamente lo mismo. La condición territorial es factor fundamental de estas distinciones.
Pese a la resistencia, la edad y los años hicieron lo propio y obligadamente muchos que detentaron el poder comenzaron a jubilarse ya sea por naturalidad o por errores propios. Era el momento de “los de abajo”, y no me refiero al equipo de fútbol, sino de quienes eran las disidencias, los díscolos, y las minorías de aquellas estructuras políticas.
Justo cuando llegaba la hora por fin, Chile cambió, la mayoría de los no privilegiados, de quienes siempre se quedaron al final sin poder aspirar terminaron por estallar. Ese estallido hizo algo que simbólicamente parece ahora imborrable. Marcó a todas y todos quienes pertenecen a las estructuras políticas tradicionales en el grupo de los privilegiados, culpándoles con y sin razón de décadas de abandono y desigualdad.
Mientras los primeros buscaron el ascensor social para mejorar su futuro y el de sus antecesores, los otros no hacen más que reproducir un repertorio conocido en un Chile pequeño que se reparte el poder entre pocos
Allí sepultados hemos quedado quienes durante años habíamos construido nuestro camino con unas reglas del juego diferente. Las reglas han cambiado, los símbolos son otros y por mucho que expliquemos que no somos los mismos que ellos, la mayoría no logra ver más allá de la categoría en la que nos han encerrado. Un ejercicio normal de reducción, de economía mental. No interesa separar la paja del trigo, porque es más sencillo meterlo todo en la misma bolsa.
Apareció la nueva generación, de la misma élite, de quienes siempre han tenido el privilegio, pero vienen a relevar a sus padres, tíos y abuelos. De las mismas universidades, de los mismos colegios, de los mismos apellidos. Pero nuevo. A los ojos de la mayoría aparecen como sabia nueva, como personas que son diferentes. Una vez más se reproduce la reducción, la categoría simple.
Hubo quienes con más visión y astucia saltaron de un lado a otro para deslavarse del pasado y aparecer como parte de la nueva generación del futuro. Fueron hábiles, pero la pregunta es ¿cuánto durarán? Porque al igual que antes, pese a estar sentados en la misma mesa no serán nunca iguales.
Si la desigualdad en nuestro país es la fuente de todos los problemas y frustración, por ahora estamos bien lejos de corregir y mejorar aquello. Porque las condiciones de producción y reproducción de la desigualdad no han cambiado. Incluso más aún, la competencia entre ambos grupos, los que quedaron atrapados en la tradicionalidad y quienes aparecen como una nueva generación es materialmente desequilibrada. ¿Cómo hace política la joven de provincia, que no tiene patrimonio versus el hijo o hija “dé” que puede permitirse meses para dedicarse “a lo que le gusta”? Mientras los primeros buscaron el ascensor social para mejorar su futuro y el de sus antecesores, los otros no hacen más que reproducir un repertorio conocido en un Chile pequeño que se reparte el poder entre pocos.
Las elecciones presidenciales contienen toda esta disputa de poder entre quienes tienen y han tenido y quienes desean tener.