Daniel Jadue y José Antonio Kast son el trágico resultado de una democracia representativa en crisis. Tanto a nivel institucional,como desde un análisis sociopolítico, es posible simbolizar a estas dos figuras en el fracaso de la política como un ejercicio deliberativo y racional de las ideas y formas de gobernar.
Institucional, porque nuestro país adolece de una contradicción profunda entre nuestro sistema político y nuestro sistema electoral. Por un lado existe un sistema de partidos políticos con el propósito clásico de la democracia representativa liberal de ser puente entre la sociedad civil y el Estado (y sus poderes), por otro tenemos un sistema electoral que permite la dispersión, no sólo de las organizaciones, sino que permite votar por personas sin organización política definida, abriendo una enorme diversidad que tiene grandes desafíos para su gobernanza y toma de decisiones públicas.
Desde la mirada sociopolítica, no estamos descubriendo la pólvora al decir que en su mayoría la gente da por deslegitimado al sistema político y también al sistema electoral. Es frecuente encontrar a personas en la calle diciendo: “que gane el que más votos saca”, “no me importa de qué partido sea”. Esas frases esconden no sólo el absoluto desinterés, también el desconocimiento de cómo funciona nuestro sistema. Da la impresión que ellos y ellas no lo comprenden del todo y tienden a confundirse fácilmente.
La corrupción, la silla musical, las promesas incumplidas son parte del día a día de la política que deja a los ciudadanos condenados a ser solamente clientes de un modelo político que vende candidaturas y donde es muy difícil distinguir las ideas que se encuentran detrás de ellas. Si es que existen en algunos casos.
Es allí donde emergen los Jadue y los Kast, desde los rincones, desde los extremos utilizando una táctica conocida. Primero disparar a todo lo que se mueva en el espacio de lo tradicional. Ellos son diferentes, quieren acabar con la “clase política”. Serán los salvadores de todo y traerán el nuevo orden al país. Ambos esconden un deseo totalitario: que pensemos igual a ellos, que seamos un lugar donde la diversidad no se resuelva en los espacios del debate, sino en la imposición del más fuerte contra el más débil.
Si ya tenemos eso con el modelo neoliberal donde el que tiene más aplasta al que tiene menos, entonces su idea de equilibrar la balanza para los de extrema izquierda es usar el Estado y el dinero de todas y todos nosotros para ser contrapeso contra los capitalistas.
Nada nuevo bajo el sol. Ambos son dos caras de la misma moneda, y por lo tanto deben ser combatidos desde la resistencia más firme.
Una resistencia basada en la democracia participativa, en un modelo de desarrollo (no de crecimiento) sostenible. Donde podamos defender el derecho a disentir y a resolver nuestros problemas desde espacios institucionales deliberativos y libres. La resistencia debe ser organizada y fuerte, porque de no hacerlo, de no tomar una posición clara, nos diluiremos en la confusión como hemos hecho los demócratas estos últimos años, queriendo parecernos a ellos, buscando una identidad por miedo a reconocer nuestros propios errores. Hemos cometido errores, eso es cierto, pero no hemos hecho del país un lugar peor, al contrario, y debemos asumir el desafío de continuar construyendo un Chile mejor para nosotras, nosotros y las generaciones futuras, ese el único legado que podemos dejar en el corto paso de nuestras vidas.